Si
no levanto mi voz es porque no quiero ensordecer a los pájaros,
ni al nítido pitido del viento que sucede a tu cabello
ni a tus manos como el agua que dejan limpia la carne que
tocas,
así acaricias las rocas a la distancia
y al beso en mi pubis que te arrastra al mar.
Yo era rebaño cansado
que se echó a beber en los escaños
que se echó a beber en los escaños
a la ordeña,
a la hojarasca del hambre.
Entre árboles pequeños
sombreando a la majada,
sombreando a la majada,
salieran las estrellas
en un intento de suicidio,
con la sábana y tu cuerpo
pintado en ella
pintado en ella
abrazada a tus huesos
oyéndote el clavel
cuando dormías
en el pavimento,
en el pavimento,
huellas de pájaros enfermos
pájaros en el cabello
que volaban
y el grito de un velero
con roca y movimiento,
nadando entre las cruces
que flotaban y lentamente audaz
como una tortuga.
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