Me he he enterado hoy
que sus fauces convulsionan
y nadie sigilosa contempla
ese aire removido de su lengua.
Su mano
raigambre de mis carnes,
raigambre de mis carnes,
me amoldó siniestra en el destierro
de una luna esbozada sobre mi espejo,
y en su cuerpo sangra el ombú
su bellasombra.
Así prefiero
abandonada en una estación perdida
abandonada en una estación perdida
sin noche al ladrón,
en la madrugada del ave emigrante,
liberada del charlatán
del velatorio,
de su siniestra indiscreción.