miércoles, 11 de julio de 2012


Hoy tocaste maravillosamente – le dijo - lo habían aplaudido a rabiar, pero no la escuchó, nombraba las medusas que habitaban frente a su mar, frente a esa mansión en mitad del bosque y un riachuelo perdido.  Ven, abre los brazos, deja vestirte de maestro, de director, tú eres un artista – le decía – luego de cada función, para que se acostara solo como siempre había estado. Comenzaba a comentarle su gran noche y su mente se disgregó, como era habitual, en el silencio nocturno.

del libro Inédito LEJANO PARAÍSO


I



Los perros de la ciudad agachan sus colas.

Entrando a los escaparates
se ha resignado.

Su oído es el  radar de los que duermen y se doblan hacia
los ensueños y a su  pan,
porque los que oyen himnos celestiales,
y los que avanzan lúcidos en el trasiego
han apagado la llama para no quemarse los labios.

Las ideas se entrelazan con ansiedad,
                            en las noches   se tornan más negras que su  estómago vacío,
en esta,   - la ciudad mía –
farfulla,
se duerme
con la tibieza del que conversa
de horizontes que nunca navegó.



II


Cuando te buscaba en la neblina
toqué tu mano al cielo
haciendo señas a esos ojos,

me pediste apenas una sombra,
cubrirte con ella,
mientras me asfixiaba de todas,

como en una guerra
de piedras mis hombros se encogían,
yo gemí,
y los niños corrieron entre abejas,
fue difícil ofrecerte mi hospitalaria mano
en mitad de los paisajes
con mi sonrisa
fuera de lugar.

Dime si lloran esos ojos          
o son peces
en el profundo mar
buscando antiguas quejas.
Dime.

III

Espero que la tarde se aquiete y  no imagine
que  otros encienden la llama que yo apago,
la del tiempo inerte,
fatigada
como un bulto,

el bienestar de la paz  no llega
imagino  que está en habitaciones
con sus camas hechas,
sábanas limpias,
y yo sin voluntad.

Cada tarde es una perspectiva de partir mañana
hasta donde el sol rompe el horizonte,
y la vida disminuye el aire en las células

al despertar  otro día
de incertidumbres.





IV


Como un águila que soslaya cuánta jauría
me tendí en la hierba que no palpé,
pues había  sangre fresca.

Rompí mis alas en la piedra
y un zumo goteando
me adormece,

la pancarta  cae,

esos años fueron bestias
arañándonos de cuajo
a nuestros viejos hermanos
que no han dado agua
ni sus voces
paz en su hora de muerte.

Enlacé cada flor a mis dedos,
mientras el ladrido a lo lejos
sin Quijote ni Sancho diera señales
de ventajas
ni serenos cuerdos,

puse cada  cuerpo  cubierto
con su cruz

lanzada  a la cárcava
sin puñado final.




















V

Mi respiración  rasga las cuencas
la telaraña de la guarida,
la gota glacial de la casa,
las tradiciones  se visten a diario
los tormentosos simulacros de mis pasos tardíos
rociando ácido en mi boca para que yo sonría,

Olvidé la luna con sus paños grises sobre los párpados
y la mano toqueteando mi cuerpo se quedó sobre mi vientre dormida,
olvidé lo inolvidable,
como una roca resignada a los zigzagueos del agua.

El acontecer  dejó una sombra embalsamada en un cilicio,

vago por el mundo tras mi sombra
extraviada
en algún rincón de un hospital.




VI


No aseguro el retorno a  luminosos patios
donde me sentaba  bajo el  viejo árbol a escribir versos
balbucientes,
todo es apacible mientras una mueca no me asuste
y mi bruxismo no despierte a  niños,

yo sólo quiero espantar los  límites y ahogar el decibel
que me delata,
no me muevan en  umbrales
observando a los que pasan.
Creo estar feliz cuando estoy en silencio,
bebo el sorbo en un vaso vacío,

qué más da si los dedos que he perdido
marcan palabras en el polvo.

No retornaré a la luz entre lo oscuro
buscando relámpagos,
pues he dejado de temerles,
y mi corazón es un enjambre
que no logro traducir,

una noche


fantasmas sin rumbos
me recogen del cabello
a un origen perdido,


yo resido en casas sin candados

sin más luz
que lo palpable.


25
Donde el ojo se cansó dejó su anhelo de ser amado
de tomar la mano de un niño
de reír los cuentos
sobre lejanas regiones
desconocidas.
Así, el hedor de  tu saliva
satura los rincones,
está inundando  el rumbo
de los mortales,
saber enajenados tus ojos
dejas la mano
en la lagartija
al calor de la lumbre.
Sigues en el sendero tortuoso con pie
dislocado,
con tu boca frenética,
tu morado párpado.

26
Releva encrucijadas en las tenebrosas
antesalas que avanzan
a las líneas de viejos trenes
dejadas por el camino
donde el lagarto corretea 
y la difusión  despreciable de su vida
sigue en la  memoria disuelta
desarmando al hombre melancólico
de rostro de cal.  
Se asfixia la boca bajo la sombra
cuando el buitre sobrevuela moribundos,
y arrulla  a la madre con una piedra a su regazo.
No es su intención conmover a nadie,
la misericordia es vapor.
Estridente  aviso amargo,
navegador engrillado
zarpe de niño radiante,
todo es promesa incumplida
una flor en el arroyo.


27
Desciende de súbito el  amanecer 
que oscurece las calles.
Estos,
abuelo ¡ ay que pena ¡
yugos de preguntas,  rudos  rostros.
Tropieza  al apoyar el paso,
cansino y callado.

28
Un silbo se entierra en los oídos
de un esclavo
como  el viento en  la tarde
se queda  en la  ciudad cansada.


29
Llegaste con tu esperanza 
como el sol  en el polvo
imponente y fértil
ofrecida a tus manos nuevas y a tus quijadas
semicerradas,
atentas
a la vida en un temblor
de cimarrón.
Te sigo en la sombra inclinada
a la fuente de los ensueños
como un murmullo
habitable
como un  roedor que pueda huir.

30
Porque pensaste encontrar la masa
entre arrozales,
su  polvo subiendo
al viento de la noche.
El cielo seco sobre nuestras miradas
y alimentarnos juntos
antes de dormir,
con tus  predicciones
escritas en la cal
del pabellón de un bello oasis. 
Ven -levantaba su voz-  acércate, mira las olas, el ruido del mar nos llega, oye, pareciera las cuerdas del cello, abrázame, deja que te cuente, aquellos años cuando me fugaba de casa con toque de queda, no quiero que te metas en política, oíste,- me decía, yo solo quería ser un artista, amaba la música.  ¿Por qué vienes? 

nube

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DAVID FERNANDO DUKE - PINTOR SALVADOREÑO

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