No vendrá nadie
a justificar mi razón de vivir.
Yo habito en el río
con mis párpados abiertos
en la pluma negra del cormorán,
en la pluma negra del cormorán,
en el vértigo de la sombra que lo vió pasar,
en un fuego que me agrieta,
que mi voz delata
que mi voz delata
los bosques
azules de los chamanes.
No es la sombra que labora en los sueños
Sueños que no
pudieron escribirse
Sin embargo,
es el mar que murmura arrimándose a la orilla
es el mar que murmura arrimándose a la orilla
allí las
personas corren aprisa
en las ciudades quebradas,
las que buscan
amor en los viejos trigos,
en la tarde que
moja el techo
en las casas
sobre los cerros,
sobre los cerros,
y en la invitación
olvidada.
La madre que cosió historias
heredó lejanos arrullos,
en los besos
antiguos,
en los solares, en los canchones,
en los solares, en los canchones,
los frutos con
obstinación lucen en las estrellas,
en la copa de
los pájaros lentos,
que dialogan con
la hija no nacida
que le dio un apellido a la oscuridad,
que le dio un apellido a la oscuridad,
así casi
desprovista,
arreglé mi
equipaje y el paisaje abrió su sendero,
arreglé mi ropa
y el rostro borró sus ojos,
las campanas
acallan su tañido
oigo en la
corriente asombrosa que avanza
donde lavo mi
cara
la espuma
deshecha,
pero yo estoy
echa del agua de los ríos
del oscuro
paladar del viento.
Como un
perro a la pierna de su amo te restriegas a mí
Y me
ladras,
Tú tienes
hambre, y corres tras el alimento,
Y espero que mires mi mano
Que perdí
Que otro
perro me arrancó de un tarascón.
No preguntes por las sombras que aúllan en las aceras
Yo he robado el fuego en los negocios nocturnos,
Donde caen los pordioseros
Fríos y olvidados.
Mi lumbre no apaga lo abandonado,
Por lo helado es firme cimiento para alambrados.
Un tronco apagado afea en el día
Y los martillos la noche la abren la cierran
Al golpear los clavos,
De un portal viejo que su dueño arregla
una y otra vez
una y otra vez
Por querer permanecer en la hora de su juventud,
Así te amo con la necesidad de la luz
en el barro.
Amarte cuando los perros ladran es saber que estás cuando tengo miedo
y se apaga esta tarde el fuego de los domingos,
Y sigue lloviendo.
Mi piel está helada en la ciudad helada,
Y mi boca se inunda de quejas,
Atribuladas las tardes de silencio,
Y las ventanas tienen gris el futuro.
Lloras niño entre los escombros de los sinluz
Y nadie abre sus manos ni su boca,
La costumbre es insensible en el vuelo herido de los
murciélagos
Y el desplome es porque no hubo un sonido,
Malogrado se ha dormido
Lo ha besado
Como siempre en las escalinatas
Del lúgubre túnel que creyó pasar
al cerrar sus ojos.
Cruzamos a un tiempo la acera hacinada de vehículos
Y me sentí desnuda.
No me viste, con los ojos bajos, y sentí que abriste mi
secreto.
Nunca estuve sola ni recorrí más costas que tu ombligo,
Sin embargo no me lloras, y yo
Estoy como una golondrina vieja
Contando los pliegues del río.
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