I
Los
perros de la ciudad agachan sus colas.
Entrando
a los escaparates
se
ha resignado.
Su
oído es el radar de los que duermen y se
doblan hacia
los
ensueños y a su pan,
porque
los que oyen himnos celestiales,
y
los que avanzan lúcidos en el trasiego
han
apagado la llama para no quemarse los labios.
Las
ideas se entrelazan con ansiedad,
en las noches se tornan más negras que su estómago vacío,
en
esta, - la ciudad mía –
farfulla,
se
duerme
con
la tibieza del que conversa
de
horizontes que nunca navegó.
II
Cuando
te buscaba en la neblina
toqué
tu mano al cielo
haciendo
señas a esos ojos,
me
pediste apenas una sombra,
cubrirte
con ella,
mientras
me asfixiaba de todas,
como
en una guerra
de
piedras mis hombros se encogían,
yo
gemí,
y
los niños corrieron entre abejas,
fue
difícil ofrecerte mi hospitalaria mano
en
mitad de los paisajes
con
mi sonrisa
fuera
de lugar.
Dime
si lloran esos ojos
o
son peces
en
el profundo mar
buscando
antiguas quejas.
Dime.
III
Espero
que la tarde se aquiete y no imagine
que otros encienden la llama que yo apago,
la
del tiempo inerte,
fatigada
como
un bulto,
el
bienestar de la paz no llega
imagino que está en habitaciones
con
sus camas hechas,
sábanas
limpias,
y
yo sin voluntad.
Cada
tarde es una perspectiva de partir mañana
hasta
donde el sol rompe el horizonte,
y
la vida disminuye el aire en las células
al
despertar otro día
de
incertidumbres.
IV
Como
un águila que soslaya cuánta jauría
me
tendí en la hierba que no palpé,
pues había sangre fresca.
Rompí
mis alas en la piedra
y
un zumo goteando
me
adormece,
la
pancarta cae,
esos
años fueron bestias
arañándonos
de cuajo
a
nuestros viejos hermanos
que
no han dado agua
ni
sus voces
paz
en su hora de muerte.
Enlacé
cada flor a mis dedos,
mientras
el ladrido a lo lejos
sin
Quijote ni Sancho diera señales
de
ventajas
ni
serenos cuerdos,
puse
cada cuerpo cubierto
con
su cruz
lanzada a la cárcava
sin
puñado final.
V
Mi
respiración rasga las cuencas
la
telaraña de la guarida,
la
gota glacial de la casa,
las
tradiciones se visten a diario
los
tormentosos simulacros de mis pasos tardíos
rociando
ácido en mi boca para que yo sonría,
Olvidé
la luna con sus paños grises sobre los párpados
y
la mano toqueteando mi cuerpo se quedó sobre mi vientre dormida,
olvidé
lo inolvidable,
como
una roca resignada a los zigzagueos del agua.
El
acontecer dejó una sombra embalsamada en
un cilicio,
vago
por el mundo tras mi sombra
extraviada
en
algún rincón de un hospital.
VI
No
aseguro el retorno a luminosos patios
donde
me sentaba bajo el viejo árbol a escribir versos
balbucientes,
todo
es apacible mientras una mueca no me asuste
y
mi bruxismo no despierte a niños,
yo
sólo quiero espantar los límites y ahogar
el decibel
que
me delata,
no
me muevan en umbrales
observando
a los que pasan.
Creo
estar feliz cuando estoy en silencio,
bebo
el sorbo en un vaso vacío,
qué
más da si los dedos que he perdido
marcan
palabras en el polvo.
No
retornaré a la luz entre lo oscuro
buscando
relámpagos,
pues
he dejado de temerles,
y
mi corazón es un enjambre
que
no logro traducir,
una
noche
fantasmas
sin rumbos
me
recogen del cabello
a
un origen perdido,
yo
resido en casas sin candados
sin
más luz
que
lo palpable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario