Mis ojos te han mirado siglos.
Te han buscado en la montaña con el frío atroz
Te han buscado en la montaña con el frío atroz
y se quedaron dormidos.
Tus huesos se encarnaron en mi piel
como el origen del mundo a la noche,
Tus huesos se encarnaron en mi piel
como el origen del mundo a la noche,
y soy la
respuesta a tu pregunta,
y lo aprovecho
para
sobrevivir.
Tejí el rencor, porque mi madre
redujo
el abalorio
de su falda,
por los niños descalzos
por los niños descalzos
a costa
suya.
El frío desolló sus muñecas,
El frío desolló sus muñecas,
su lenguaje fino,
y cayendo en el mercado como fruta común
se arrimó al hueso ajeno y perdido,
le habló en
su idioma,
y a su enemigo le dio de comer
como un
pájaro al polluelo.
Dos mujeres en mi vida,
la paz, el desespero,
la ilusión, la fantasía,
la ilusión, la fantasía,
sus vientres dieron sangre a mi cuerpo,
pero no di más que un leve sabor
con esta piel
con esta piel
que
dejara entre amigos,
la música
que escarbaba en mis uñas
la sed, el
hambre, la visión,
los sentidos de la madrugada
los sentidos de la madrugada
y el
áspero viento de la pampa,
donde caminé
descalza con las duras briznas adheridas
a mis pies que escribieron por mí.
Tengo en mi estómago un dolor
frecuente,
una lágrima
de esfinge.
Y en la
noche extiendo al velador mi mano temblorosa,
a una cara
materna.
Apresurada a mis brazos
no habló,
nutriendo el rumor que oigo en las noches.
Enséñame le dije. Estaba frío el aire,
tenía el
frío de los que han dejado la respiración
en las
esquinas.
El licor en
la bruma del que oye voces
y un pañuelo al cuello le abriga.
Le aprieta.
Le aprieta.
Así veíamos las luces del puerto aspirando la sorna del mar,
con la promesa
certera de palabras,
espinas en
el cuello y la garganta,
estremeciendo el cerro y la casa,
la calle
y esos transeúntes que nos miran
y esos transeúntes que nos miran
con el
susurro de sus pasos,
las piedrecillas que el viento nos dejó,
las piedrecillas que el viento nos dejó,
golpeando a
las piernas del que bebe,
y destruye
su memoria,
la espigada brisa
del muelle en nuestra sien,
su cruel
intromisión.
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