Sólo tengo
este transcurso. Un mediodía y esta
boca.
Esta
agridulce escala que desciende y asciende.
Cada día la
llama que prende
la cera
sobre el tic tac.
Mi rostro
muestra grietas habladoras
que no me
esmero en ocultar
como un
barco que parte y parte
en la tarde
cuando la luz atenúa su pabilo.
Han llegado
de la rampla insípida
los baúles,
yo no me
vuelco hacia el sol
cuando la
brasa me está quemando,
pero busco,
mis manos escarban
la gris
espuma
la alba
niebla
la pluma
grácil,
en los días
que mi arruga se encoge.
Hay muchas
formas de respirar a ras del mar
cantándole
bajito a la gaviota
en su
huella pisada en el agua recurrente,
hay nubes
en mis estómago que se deslizan
una hermana
que alienta
en el
fragor de la pesadilla,
lento
camino, aun cuando sé que los oquedales
el
viento ha tumbado a los muros,
y yo nombro
las formas, me las repito
para
disfrutar todavía.
Espero como
el agua llega a la explanada
turbulenta,
llena de
algas y corales y negras piedras,
nadar en el
aire con la sien alzada,
callar me sale más sencillo que sumergir
la cabeza
y hacer que puedo morir.
Las ansias
me pierden, pero sigo repitiéndome
que
abandonaré este hábito,
de
maquillarme cada noche antes de amanecer.
Si no
quieres nos das el cuerpo para su caricia,
no estás
segura si durará el cuarto iluminado,
tú lo
quieres casto,
gallardo
y
sentimental,
¿qué dio en
los lugares glamorosos
donde te
lucías ataviada?
Le dije que
muchos años pasaría sin acoger su cuerpo
pues fueron
los verdugos que soñaron
y golpearon
los huesos diminutos
y los más
grandes,
la escala
vuelve a ensombrecerme,
mi mano
lleva cinco dedos y no olvido el tiempo al contar
la retahíla
de ceños hacia mis ojos,
sin
cumpleaños quedamos,
sin la copa
sin
burbujas,
hasta
apagarse todo entusiasmo.
Tú que
paseas ante la vista de los marinos
para que se
inclinen ante tu figura
y el
terciopelo acalle al fin el roce,
sabemos lo
sensoriales que son nuestros gentiles,
luego la
cara de piedra,
hay un yugo
personal que no conocen,
la culpa de
no rendirnos.
Nubes que
se cuajaron a la hora de la siesta
y cerradas
las cortinas esperó
que
golpearan con el vaso y la botella para
continuar
brindando ,
no se oyó de ella ningún clamor,
no se oyó de ella ningún clamor,
la horma de
la tarde es ese gimoteo ardiente que no es capaz aún
de mejorar
lo estropeado,
sonríe como
lo hace la niña conocida en el barrio,
la que
canta blues y rancheras,
la que le
hace a todo para despertar al vecindario
se da
cuenta que la realidad la inventamos,
y así nos
vamos pataleando para vivir la vida
a como dé
lugar.
Oh esta
quilla que me desarma,
soy un filo
para
esconder a la fuerza mis plumas quemadas,
muchas
veces
quemadas,
furtiva
lanza que me escribe en la frente una lágrima,
será mi fin
antes que otros,
hablo en un
papel con la escritura mojada,
su voz me cubre la garganta
para que no
me oigan,
y me tapa
para que
nadie me conozca.
Soy el sexo
hambriento abriendo el fuego
callejero
de los dioses,
soy la cola
golpeadora
no solo
espanta moscas,
sino que
saca ensueños que sangran de dolor
en los
abandonados, los desterrados
los
moribundos o mal dotados,
tengo un
vaivén melodramático,
soy sangría
en la aurora
de los
peces
en las
recónditas moradas
perdidas y
disidentes,
ya no hay
sabor, por eso salto de alegría,
para hacer
salir almíbar u otra secreción
de entre
mis codos
y que me
sigan.
Dar un
paseo inolvidable.
Cuando era
adolescente en un cofre de color gris
plateado
de lunas ingenuas
guardaba
una lista amplia
de
corazones aislados al humo
de los
infiernos
y las
fechorías
de las que
salía incólume, esto es,
nadie me
apuntó con el dedo al salir rebosante de dicha
aureolada
de aromas íntimos,
de brazos
moldeando viriles formas del aire,
nadie me
llamó suelta, nadie me dijo que eso no se hacía hasta casarme,
y yo
recuerdo ahora
esos
nombres generosos
que no me
abandonaron,
que en el
mar se zambulleron conmigo como pez y sirena,
los recuerdo
muchachos de entonces, antes del golpe recuerdo,
antes que
tantos soñadores y deseosos de amar los rumbos
se quedaron
en un lugar
inexistente,
esa lista
de amores,
esa lista
que enmarcaré sin falta
aunque no
me la crean mis nietos.
Yo
también tuve sueños de ese tipo.
Profeta del
monte Ida, ninfa de la montaña niña profeta ciudadana del vino.
1 comentario:
Es mi primera entrada en tu blog, Ana Rosa, y por tanto corresponde enviarte un saludo cordial desde Rivas (Madrid, España) y la esperanza de una senda común de amistad y poesía.
Publicar un comentario