En la húmeda
quietud de la ciudad nocturna se acercaban a mí esas sombras de árboles
pequeños
que vi de niña antes de bajar a la costa,
antes de llegar del
viaje
a través de la extensa
ruta,
y un insecto pegado
al parabrisas dejó el zumbido de la noche,
en el vidrio
con una
velocidad detenida en la espesa niebla
en mitad del
desierto.
Está frío el
entorno de mi cama, mi libro cae de
entre mis manos y de mi inútil pensamiento al pasado,
cuando el
fantasmal viento cruzó sus brazos y preguntó mi nombre y aún lo menciona en sus
comisuras que se mueven después de la voz.
Yo me despierto esforzándome
para oír las conversaciones heladas en la puerta de las jóvenes mías.
Los que me asían
las manos,
quienes me
guiaron en las tornasoladas gotas de la lluvia se quedaron en los inicios del mundo,
de otro mundo
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