El sudor resbalaba
por mi ojo
mis brazos
rasguñaban las paredes del pozo,
mordía el aire no
podía gritar
una algarabía en
ese campo era extraña
y nadie oía nada,
nadie me oía.
Mis pies sujetos
en los contornos
en peñascos
pegados,
herida,
sangrante
despavorida,
intentaba salir.
La luz lejana
arriba mis ojos enceguecidos
y mi quejido mi
cansado jadeo,
subía, bajaba
así arribé al
brocal
desmonté y puse
mis piernas malheridas
en tierra firma
y no había nadie,
un feroz cuerpo venía
corriendo hacia mí
hasta que recibí
un mensaje:
¡Alarma¡ ¡Alarma¡
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