lunes, 25 de mayo de 2020

DE LOS CASCABELES DE LA TIERRA VACÍA

No te deja mi voz abrir la puerta
obsesa de mi tiempo te miro de reojo
en la mirilla
en la salida hay viento
un árbol arrimado en la ribera
entre lirios el estiércol del jardín
y mientras el perro huele 
quieres entrar.

A pesar del poco tiempo,
no debiera despertarte sospechas,
tus ojos en mi sitio permanente,
morada que  cerré un día
y como siempre  pienso en ti
deja tu valija
avanza hacia la casa,
te atenderé.

Una vez más con el revólver en tus manos,
y la llama que adentro se asfixia,
y quiere volver a salir.

Solo un  colchón, tú en el suelo yo a tu lado 
habré comido, habré dormido, 
pero seguirás limándote las uñas
como un señor. 

Tu pantalón tiene una arruga.
Tu camisa sin planchar.
El ruido que molesta
es la voz de  prisionera que llevo.
Una flor en el vaso
se está ahogando,
mis zapatos viejos, 
estoy dormida. 
El  candado sobrepuesto,
entonces intento huir.

Y tu cuerpo  es mi cuerpo que enciendo
un trébol blanco de pena y  sangre 
la naranja, el placer y el soñado resplandor
de nuestro cuarto,  
que empujó la sensación
de que estábamos abandonados.

Pero emití ruido en mi garganta 
cuando quisiste levantarte,
te asesté con mi mandíbula voraz
toda mi memoria
los labios negros de la muerte.

Respirábamos frente al mar 
moviendo nuestros sexos.

Y callados sabíamos que la luna estaba mordiéndonos,
que nos quedáramos  nos rogaba
para encontrar el cuerpecillo
en la espuma aquella.

Aquel perro saltando de la roca hasta el abismo,
esos jóvenes latiendo,
la niebla envolviéndonos tan viejos, 
un tiempo tan violento una sarga entre cadáveres
envolvía campanas sin badajo que tocara,   sin el mito del sonido
ni la pátina
nuestros oídos construyeron la casa
desde un comienzo 
silencio. 

Tus labios me dieron el universo,  lo veraz de un ruiseñor
en mi ventana rota,
la toalla húmeda en el fragor del estío,
y comías  en mi puño,  respirabas en mi traje.

El polvo solitario se ha quedado con tu cuerpo dando
berridos en mi carne.
Una ausencia de años,  
cuando no contestaste
y estabas enfermo.
Yo cambiaba de lugar para conseguir señal.

Tu minúscula voz que rozaba la mejilla que ahora tiembla.
Era un mundo destruido en la boca de un huracán. 
El olvido no tuvo presagios que expresar ni hoy 
que insistes en golpear la tierra.



Caminaba dando trancos a la parada de autobús,
la lluvia saca el barro de las orillas,
y el monte azul que tanto amabas
tiene su orilla lenta, por allí resbala la luz ojeada
de mis noches duras,
la estrella de cinco puntas que erosiona el agua.

Así evoco la sal que alimenta la despedida.

Te detienes en un claro artificial  una ampolleta en la vitrina,
y crees que te vi,
que el rumbo de todos es el mismo rumbo,
que el sonido en tu oído es siempre mi paso,
todo lo que mueve es la vida,
es tu paso,  la hilera de luces en el centro,
como si el tiempo tuviera solo nubes,
azules cielos y una manga disparatada de ideas
que me hacen perder tiempo.

Cruzo,  el agua empaña mis gafas.

Tu mano empuñada cabe en mi bolsillo,
suena en la huerta,
el café quema mi palma, y la endiablada carrera
de los jotes en los cerros,  atentos
a la muerte tendrán que esperar.

Aquella vez me iría, 
volvería claro, pero era como irse definitivamente.
Pues al volver me quedaría entre esas paredes, 
pintando, leyendo, quizás nadie vendría.
Pero estaba entre esa magma celestial.
Tan decadente.  Una lágrima iba rompiendo el hielo en tu mejilla.

No la vi, hasta ahora no la veo, 
adivino por tus palabras,
que eran duermevelas en el velador, 
una esperma ardiendo en tu boca,  
un volcán en tu pecho, 
y mi boca, más abajo te llenaba de gritos.

Todo el día lleno.
Catacumbas, letreros, lluvia negra, diluvios.
Yo no estaba
era el día de todos en casa.
La algarabía muerta, apesadumbrados,
mirando la puerta por si alguien viene a conversarnos,

cierro los visillos, la nieve nos enfría,
amenaza, un aguanieve, lluvia en el invierno
avisando que ya vendrán a quemar árboles,
para el próximo invierno.

………………………


Mi somnolencia te llama para que te acuestes conmigo.
El pez nació recién y quiero que  tu vientre
se haga sed en la montaña
la eterna polvareda
que al río acerca a su esqueleto
y evoco ese caudal que tu boca inmoló en el vacío.

Amo tu resurrección es la espora que late y en el mundo
hay un socavón que llama a viva voz tu llama
yo tengo  grilletes en mis pies
pero estoy atenta a tu asomo cuando perdido estás 
y amenazas suicidar la piel del húmero
que alzas a mi mirada.

Deprimida está la hoja que revuelca la espuma
impregnándola como tú me rocías con tu vino en la cadera,
y puedo besar en el fondo de la roca  tu dura lengua
que sobresale  el enhiesto rumbo pisoteado tantas veces,
y quiero nuevo el recodo donde una vez enterraste
el hueso pútrido que nunca secó en tus manos.
Ni siquiera lo miraste.
Oí esa canción en mi  oído sordo 
tambaleó en el yunque tu sangre y trituraste 
mordiéndome con tu jadeo de cupido deseoso 
todo mi cuerpo desnudo.


Sobre la roca el viento agrede tus articulaciones
la flor flota y en tus manos extiendes 
la tomas
te ahogas besas sus pétalos te diviertes
donde el labio rojo marca  una mariposa
roja en el botón de tu camisa blanca en la noche fría 
ruido de mareas y silencios continuos fuera del agua
en la roca
las jaibas arrancan los granizos
en la arena están dolidos
como una manga ruidosa
una mano rota
los dedos son los cuernos de la luna  van girando
como giran los cuerpos que lloran
en la claridad 
sus rostros abren sus ojos
hablan obscenidades
que no nos atañen pero interpretamos en la oscuridad
de la costa como si fuéramos gaviotas
corriendo detrás de la bandada y
nos abrazamos llorando nos han dejado solos
en esta grieta relampagueada por el ventarrón
que se ha llevado el mar.
Y he allí los peces sobresaltan.

Tu mano sujeta la botella
se sirve el vino
bebe el vino agrio en la cena
hasta la última gota.
Se levanta a cerrar la cortina.
Suave el vidrio de la copa en la mano.

Me llamarás hoy.   El reloj se cansa de marcar solo.

La vida hace el hielo sobre las plantas
que hemos amado como una casa
encierra
todo el alba desmesurada en el labio de la noche
somos dos que corrigen la aurora con el arrebol en el pecho
la luz hace su estera de humo
sobre los ardorosos puentes.

Se impregna de aire la memoria enredada en las hojas
en primavera  
el agua se sumerge por el río
y tu cuerpo late en mi latido como la misma sangre
mi boca se posa en tu boca
como son las ramas de los árboles que gozan del sol
sobre la copa encendida por el cielo y sus nubes
obedientes a la lluvia.

Gozarnos en la piel como mariposa en los estambres
y en el rocío bebemos la saliva,
el color de madrugada nos eriza de frío para cubrirnos
tus puños en mi cuello huele el aromo a tu pecho 
donde canta el río hacia el retoño de un caracol
el blanco de la flama que olvida la circunstancia en que bebimos para embriagarnos.

Engrano esta hora
al olor de tu movimiento salvaje
que es multa en mis enjambres
hora diminuta 
no quiero burlarme de ella
ni eres el paisaje verde ni el marrón de la lejanía
pero es divino el lúbrico paseo por la jaula
el cuello que beso cuando sueño
el tranco de la huella que aplasta el césped
y de nuestro cuarto el pedestal de nuestra lámpara.

Hay cosas como una puesta del sol ahogándose en el agua.
Cada objeto me atraviesa.                                

El hilo cose mis dedos a la bruma que te atrapa
la vid se muere en tus ojos   
dos largos caminos sobre la ruina del que nunca amó 
como la zarpa se da a la tormenta  de un lobo hambriento
es al que buscó          
la burla no resultó  sigo aún  dañando el viento que me jode
y pierde el miga que boté una vez
para calentar su pie como Narciso a tiempo de besar el agua.

Si con dar un golpe terminaran las consecuencias.   Ahora, espero en el celular tu llamada. 

La antigua ventana ya no sirve. 
Si al pasar te viera de frente te preguntaría porque te detienes
si ya no tengo el lugar en mi conciencia 
para volverte a entender. 





                     







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