Ella separó el mazo de naipes con los dedos
trémulos,
los arrinconó avergonzada entre las sillas de tafetán
y las guirnaldas agitándose
como un arcoíris
y se desmoronó,
ya albergaba la bala en su esternón,
un bolero áspid de preguntas sin respuestas,
solo reproches nublados que aún no llovían.
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