Me detuvo abruptamente y dejé el volante, un trozo de hielo golpeó el parabrisas y me quedé
mirándole. Bello como una tarde, como
una colcha roja y un cenicero limpio. Lo
dejé que hablara como un palomo, negro recién bañado y su perfume me hizo
estornudar, bamboleaba una pluma en su hombro, en su mentón un viso cálido. Me
quedé un rato interminable que duró
unos segundos, me invitó a cenar. Y
nos fuimos entre los árboles cuando la luna quedó puesta encima de sus copas.
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