Escarbé a paso lento la oscuridad bajo el cielo cubierto
en fresco estival,
lloré con mi sombra.
Seguí por senderos viejos,
donde los poetas de mansedumbre otoñal
ven visiones bajo el agua,
con la piel quemándole en un desierto de flores
estallando.
Los ríos nuestros escurren sus caudales
la eternidad es una permanente caída,
la eternidad es una permanente caída,
una cascada de cuerpos y pómulos mordidos,
una luna incólume en el profundo reflejo
y una cerviz inclinada
presta a levantarse de tanto apretar sus huesos.
Yo esperaba que atendieran mi pedido en aquella fila,
y bajaron violentos,
armados
los hombres que aferrados a las murallas
abiertas sus piernas y sus rezos
rompían sus músculos
y temblaban,
al subir
no sabían que el mundo esparciría sus mariposas en pedazos,
y mi adolescencia una voz musitando,
estos años
estos años
a la intemperie
desdibujarían los sueños,
las larvas bullían en mi palma,
yo las besaba,
así creía que el fuego era una señal
un sueño escondido en los párpados
con sus visiones
las larvas bullían en mi palma,
yo las besaba,
así creía que el fuego era una señal
un sueño escondido en los párpados
con sus visiones
las que nunca más retornarían,
pues monedas rotas
a nadie alimenta,
extraños espejos dorados
quemándonos las córneas.
extraños espejos dorados
quemándonos las córneas.
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