domingo, 16 de abril de 2017

EL TIFÓN ARRASÓ CON LAS GUINDAS



contemplamos la luz oscura del vecindario,
las gárgolas antiguas del edificio,
el níquel del agua que gozas como el friso emotivo de una canción,
cuando las urracas se sientan sin ti y dejas que ese silencio quede afuera, 
dejemos la hierba vuele por nuestra nariz
y el mar al fondo,
el cuervo atesora su sonido y su garra,
miradas  hambreadas sin estrellas, las nuestras, 
y mi vestido se levanta, 

el paso denso de una tarde de enero
con los cántaros secos, 
en el mismo lugar de la nieve pasada,
respira y sonríe a la gente,
crepita el calor en una hoja seca,
y redunda así en todos los lugares la existencia
enredándose en un tronco
cuando deja que los vientos resbalen
por el tiempo y  los guijarros en los pantalones
de un varón encendido
en la pradera endomingada 
reverdeciendo al agua que se empoza en la cuneta.

en carne viva
surgí de una honda piedra
y los maníes desparramados me atragantaron,  con el ferviente retrato
y los músculos dejan reflejos en el torrentoso cristalizado
donde me van creciendo ramas para darte sombra.

una manzana se escabulla entre las manos
en la distancia y los caníbales que somos
sin hablar,   
zánganos santos que duermen,
los tontuelos del garaje prendido
y el  holgazán que duerme en el balcón.
esos somos.

dejo en ti el pensamiento,
la dieta de los responsables,
el humor del vidrio sobre los tejados,
y yo absorbiendo los acantilados.

el río cae como una montaña líquida
con el corazón triste de que se vaya perdiendo
en el infinito acuoso de unos cuerpos podridos
y amarrados al viento que vuela debajo
de algas y escalas de fierros,

cuando los trenes corrían a destajo
sobre los trigales
sobre los brazos de las madres
que lloraban con la luz apagada de la boca
y la lengua estila vísceras
que también lloran.

una ventana es un cuadro del cielo
oliendo a gargantillas menudas
con olor a cebolla
y un huerto estéril hace tiempo cantando

la pena  en los garitos sucios
y atrasados minutos de goce
sobre la estancia de gaviotas
sobre la espuma que aún huelo.  
la velocidad del ratón fue mi pérdida
la diadema rota entre los dedos de los pies,
y la caricia quemándose en un tarro con pintura
y ojos flotando
y tú,  flotando como un pez gracioso.


redime mi tensión como la angélica mujer que fui
los únicos hombres de mi vida sirvieron para tomar el vuelo
en la agencia elegante donde servían el fino trago,
y los comensales me siguieron,
los fracs fucsias y amarillos de los pedantes ladrones
luciéndose así en el funeral del hermano,
la corbata amarilla manchada de sangre,
de semen quizás, y un hombre vacío de tierra
mortuoria.
te busco por la casa rondando hasta las moscas
con tu dejo persiguiéndome a estas horas,
duerme el mundo como bestia cansada de ilusión,
así es la ciudad donde crecimos,
y el arcoíris durmió en nuestros ojos
en la lindísima colina donde te busco
hasta hoy,
pues nuestra infancia es la nimia redondez de nuestros sueños,
sé que el lazó nos dejó sueltos
y que estamos buscándonos en las fotografías
como allí yo te recuerdo y te busco entre los presos,
y en otros lugares de la infancia
que solo sirven para llorar.
el lloro de un treile sonámbulo
me aprieta el corazón de lástima,
yo no tengo plumas para acariciar
ni entono la cola del huevo
de felicidad.
el tiempo corre como un cepillo el pelaje de una gata
la desperdicia y se confunde
me deja sin ganas de nada,
ni siquiera el calefactor porque nada es seguro,
ni siquiera el sol de la ventana que da sobre los chales
que pueden generar  una bendición permanente
pero no, tú eres solo un cuadro gris pegado a la muralla.
...
me talla como un falo de escayola
en la distancia añil de un horizonte pegado al cielo,
me enreda entre espinosas glándulas,
me mira con la unción de incienso,
no vaya a equivocarse,
soy la leve grasa del sayo, 
el aroma de la cocina de los diáconos
para volver a ser una despiadada servidora
y envenenarte la cena.
déjame el deseo como un escudo,
un volantín de plástico que chorrea lluvia
sin pájaros,  
una decena de admiradores me hablan
sonriendo,
un cotiledón de un tronquito que se come
el alacrán enfermo me llama la atención,
déjame cualquier deseo,
a esta edad que de balde me desvisto.

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DAVID FERNANDO DUKE - PINTOR SALVADOREÑO

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