Ciudad
Irreal
bajo
la parda niebla de un mediodía de invierno
Eliot
¿Qué hora es? ¿de qué año?, que llueve en el frío. Y mis
pantalones no se secan. Saldré a comprar
los comestibles para la cena. Cocinaré el aroma familiar para impregnar
paredes, para que el suelo haga borbotear el
agua de las ollas.
Y bajo la lluvia me amilano,
los supermercados abren sus puertas mecánicas
y no entro por temor a las cajas atestadas.
Me salpica un auto el agua
de un charco, los autobuses avanzan,
la gente cruza mirándose,
dándose una sonrisa, una seña y una voz
de alarma, o un saludo.
Cae el agua con sus estados
anímicos, y la ciudad irreal retuerce su rutina en mi escritorio junto a los lápices, las cascarillas de naranja en mi té llegan a
mi nariz, y estoy sola con las palabras y la imaginación.
Las calaminas golpetean el
techo bajo el leve sol y tus pies se afirman a sus venas palpitantes,
merodeas por la casa, la paz de mis oídos dibujan los fantasmas y no
me dejan dormir,
no quisimos construir colosos
y así pude besarte de
cerca.
Tu piel y tu tos sobre
granitos deslizándose, huelo tu perfume que me dejas en mi blusa, no sabemos
convivir, destilar rancios jugos
impuestos por la tradición, dos menos que se amarran y llevan alas a ras de la
vida.
«La poesía es una forma de conocimiento de un mundo oscuro que sentimos en torno de nosotros pero que en realidad tiene sus raíces en nosotros mismos».
Eugenio Montale
Una figura negra en el fondo
de un abra verdísimo en la niebla que
casi no se ve, no sé si quedarme aquí,
sonríe a las estrellas que
aparecen entremedio de ramas, una jeringa hiere, temores en la nada, dibujos en
relieve que lloran, pero esperaremos
para sanar en las dislocadas estelas por el sendero y la esponja que nos da la
sabiduría que apenas logramos obtener
para dejarnos.
Disipan los brillantes
cerebros en el humo caliente de los ojos, todo se ve redondo como el mundo, la
ventana se desarma con los vientos tormentosos. Penden los techos y ellos
mueren encerrados olvidados como un pan de ayer sobre el edredón guardado de
verano.
Hay un embrujo que me deja
quedarme, mis uñas se prenden a mi carne, mi carne no remedia nada con dejarse
llevar por el tiempo, los portales son sagrados por eso me detengo y mi cabeza
la pongo en el escaño para que tú la
toques. Redime, por favor, con tu presencia pura mi desolación. Hay luces en medio de la noche que no
encienden con el zumbido de los durmientes. El desmán comienza luego, los transeúntes se persignan y siguen
de prisa a sus casas, brilla la plata de las veredas en invierno.
En la vía frenética de los
desempleados, las excusas no tienen
música de fondo, nadie quiere dejar los
gestos en la retina de los que miran, son los que gozan del juego, son
ganadores, no tiene disculpa el peatón solitario, no por uno se detendrán en el
paso de cebra. La fiesta es grande como un carnaval de corderos.
Dispara al sol te quiero a
oscuras, dispara al sol y en esa luz se
medirá el tiempo de la tierra al sol en un caballo de carreras que deserta para beber. Y nos quedamos
viéndonos mientras el hombre se sumerge
como cada día en su rutina. No intentes
ser humilde, la cancha está inundada, los niños juegan patean balones llenos de
polvo y son llamados a cenar por sus madres desgreñadas y la gritadera enerva
la velada en la carpa soleada del barrio.
La desteñida capa de torero me
desalienta, pero la necesidad de rondar la mesa el fuego de leña apaga la
murmuración.
Los muchachos reparan el
automóvil, suena la huracanada sensación
de violencia en la calle, se zafan de las flores, el bobalicón es golpeado y echado en la pared
donde queda aturdido, rehúsa atención médica, su sonrisa da náuseas, su nariz
aletea en el cuadro, hay un tufo dulce sanguinolento en el aire, y todos
arrancamos, alejarnos lo máximo para no estar comprometidos, como un gusano en
la cortadora.
En una casa de vidrio
se desnudó
en la hora oscura,
que nadie la mirara con ojos lascivos,
pero la plaza atestada
se desnudó
en la hora oscura,
que nadie la mirara con ojos lascivos,
pero la plaza atestada
y los genitales como copas radiantes
y el cabello le caía por los
hombros
sutil
como pelusas.
Porque la muñeca quedó como
una flor
sin agua,
el rugido animal no
calló.
lamenté
no reunirnos a hablar,
Porque la decisión no es
nuestra.
La mina no dejará el
basalto a la vista.