No quiero hablar de tempestades ni salvajes mascotas
que fuiste a buscar a lugares exóticos sin mí,
no quiero saber de tus rencores,
ni de tu pena,
ni de tu huerfanía.
No hay compasión para un hombre que lo ha tenido
todo,
y yo me fugué con la ropa ardiendo.
Bajé los peldaños tal cual los subí cuando llegué a
la punta de la torre,
y de allí te divisé entre jardines y palacios.
En la eterna ciudad y sus arcos triunfantes.
No voy a hablar de vientos ni huracanes.
Porque el diario vivir que me espera es inmenso
placer.
No quiero hablar de tempestades,
hay quietud en el cáliz amarillo,
y este dulce azul nos sobrepasa,
Callemos un rato.
Abriré la caja de sorpresa
que amarraste tan bien.
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