Dónde disciernes tu oficio
cuando en esta rutina se hunde
mi pensamiento
como una estatua.
El silencio tiene los ojos
abiertos.
El otoño acerca su arbusto inútil,
el techo está quieto,
el ave frío no arrulla.
No hay punto que ordene a la
brújula.
La ciudad comienza mi turno sin
hablarte,
nada parece unirnos,
tu mirada en mi boca, tu mirada
en mi escote.
No conoces cómo una lámpara abre
el ala débil del día.
Me he ido de ti,
del murmullo monótono,
de la región austera.
Pena
que las visitas terminen y la
tarde
placentera
haya cansado el paseo.
Aunque tenga que cambiar mis ideas
o hacerte a mi gusto,
adueñar los cuerpos
y las risas y sentirnos.
Evitar a toda costa
desmoronarnos.
Cobijaré la lengua tibia de los
duendes
y tendremos que alegrarnos.
Estar contentos es el único fin
por ahora.
Antes que el mar se acrimine
llevándose nuestros desechos
cansados miembros que ansiosos
construyeron catedrales que
nunca pisamos.
Esta mañana quiero hablarte
para mi iglesia vacía,
las sábanas vuelen
sobre
los cirios.
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