jueves, 3 de noviembre de 2011

De Mi libro inédito Reg. Int. 232.412
HORA 1
Fue así que abrí los ojos. Henchí, sin darme cuenta el pecho, sangró el ala inquebrantable a la que voy prendida sobrevolando barcos viejos que volverían a zarpar. Los escultores olvidan las alas al anochecer y en la aurora los hóspitos rostros alzados son ciegos.
Concurrí a contemplar por las veredas semioscuras y beligerantes a los hombres y mujeres,  entre mastodontes de polvo endurecido, relatando  nacimientos nuevos, celebraciones, su algarabía sudada, la mueca tensa y su mano buscando la posición estética en alguna parte del cuerpo, en el cuello, la cintura, cadera o cualquier sitial donde anclarla.  
Miran ellos  la inmensa oscuridad sobre sus cabezas,  luego  inclinan los ojos  hacia sus pies que arrastran alguna piedrecilla,  la arrastran,  la pulverizan hasta ver sanguinolento el lecho de sus uñas.

Lugar de la bestia, lugar sin lenguajes
La ensoñación crispa el músculo y me articula todo el día, lo copia a cabalidad del filo en la médula que hiela. Los niños estiran su brazo cogido por otro brazo, así trastabillan y  sonríen.
Los duendes tiemblan en el frío abandonados buscando la mórula, el pezón que los amamantó, escriben en una soledad encabritada hasta la raíz rota y beben, beben la sabia,  se bañan sombríos en la leche materna, burlan al sol para despegarse cada trapo, dicen aquí hubo una costra, otra costra aquí, y aquí otra.
Me acostumbré a esconderme como un animal enfermo, en un rincón con sus ojos inmóviles,  derramantes. 
Yo no soy un niño ni cuelga mi brazo, soy la hoja de un árbol herida por el viento que espeluzna en la grácil fuente de provincia al rendir la tarde.


¿Quién huye al reencuentro?

La oscuridad involucra a las cosas rescatables
que  tanteamos hasta desprendernos las uñas
y persistimos en buscarlas.
Quedarnos quedos mirando la llama,
puede quemarnos
la razón,
abandonados temblamos gélidos
entre las rocas
que nos contarían la dura verdad,
las abrazamos como el sol ilumina a las flores de las tumbas,
huesos que son  polvo esparcido al abismo,
mi boca con la lengua relamiéndola
pareciera urdir señales,
                                              azores, 
                                                              supuestos
y no caer nuevamente en aquel pozo estrellado.

Hoy,
como siempre,
tu desayuno en la mesa,
mientras
sobresaltadas siluetas se niegan a las alas malheridas,
a las flores blancas, a la piedra dura.

La oscuridad podría ser  tu  resurrección.



****
El tintineo apaga los pasos que duelen en la guirnalda colectiva de algún templo comercial,  en la estación hacinada de bolsas con grandes letras.  Semidormida como las margaritas desprendidas en los dedos románticos rezagados, no os saquéis el corazón que se deshace en el silencio espeso.  Quien sabe que podamos volar.
****

Desde la orilla lanzo un martillo al lago hasta formar el círculo mío, saber que tengo una curva profunda  en el agua para ahogarme, quien  venga a sentarse en mi lugar verá mis brazos rasguñados haciendo señas por el ocioso afán de dibujar  raíces  en  una espumosa altitud.
En desorden,   mis dientes apretados en pos del vocablo poderoso, ese deslucido aire que mis ojos atraviesan y se esmeran en leer el sino que va escribiéndose en los bosques ajenos
o en la espuma, cuya onda cambiará los signos.
Entrevista silueta que temblorosa contemplo,  por  aversión al espectáculo  mis ojos  arranco, muda como las piedras  me oculto en la oscuridad murmurando hasta que expire como un soldado triste, profundamente triste.

****
Cuando tú cantas yo te replico con el sol del universo que me quema.
Cuando tu signas fuego al invierno desde  eriales yo te extingo en la espeluznante noche que nos dividió.
Cuando besas tú los besos de otras bocas con tus labios promiscuos, yo  contemplo tu fatiga en un  espejo cuando has vuelto.  Cuando el silencio es la grieta oscura de la piedra yo susurro aire de tu  seducción.
Cuando la garra detiene monedas del mundo  su valor verdadero, reúno tu esqueleto huesillo a huesillo
y lo sepulto santamente. 

nube

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DAVID FERNANDO DUKE - PINTOR SALVADOREÑO

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