En el trasiego de la ciudad concurre cada mañana a cumplir sus labores diarias. En la tarde vuelve fatigado y sin optimismo a su casa, anhela cambios, lugares nuevos, gestos amistosos, pero no es así. Sabe que nada de lo que sueña será realizable, se hace enemigo de su memoria y su imaginación, pues esta lo traiciona como si ángeles se burlaran de él mostrándole brillantes caminos. Envejece, lo sabe, y reflexiona con afán sobre sus proyectos, culpa a un destino, quizás a un dios, pero el no quiere morir. Está cansado de estar rodeado de carencias y actitudes exigentes. Se ha paseado en los moles, en supermercados, las tiendas y allí se anima, recupera la confianza y su optimismo, obnubila su existencia, pero al volver a su habitación vuelve a sumergirse en su soledad hasta la hora de dormir.
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