Como un águila invisible de la noche que soslaya cuánta jauría
me tendí en la hierba que no palpé
por si hubiera sangre fresca.
Rompí mis alas en la piedra
y un zumo goteando
me adormece
la pancarta cae,
esos años fueron bestias
arañándonos de cuajo
a nuestros viejos hermanos
que no han dado agua y sus voces
paz en su hora de muerte.
Enlacé cada flor a mis dedos,
mientras el ladrido a lo lejos
sin Quijote ni Sancho diera señales
de ventajas
ni serenos cuerdos,
puse cada cuerpo cubierto
por estrellas
pálidas en su cruz
y lancé a la cárcava
el puñado final.
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